Academic literature on the topic 'Mujeres aztecas'

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Journal articles on the topic "Mujeres aztecas"

1

Seed, Patricia, and Maria J. Rodriguez Valdes. "La mujer azteca." Hispanic American Historical Review 70, no. 4 (November 1990): 688. http://dx.doi.org/10.2307/2516590.

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2

Seed, Patricia. "La mujer azteca." Hispanic American Historical Review 70, no. 4 (November 1, 1990): 688–89. http://dx.doi.org/10.1215/00182168-70.4.688a.

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3

Giallongo, Angela. "MEDUSA, EVA Y COATLICUE EN EL IMAGINARIO EUROPEO DESDE LOS SIGLOS DE LA CONQUISTA." Revista Internacional de Culturas y Literaturas, no. 21 (2018): 22–38. http://dx.doi.org/10.12795/ricl.2018.i21.02.

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Abstract:
La alianza existente en la tradición occidental entre mitos y estereotipos sobre lo femenino exige el examen de algunas de las consecuencias emocionales de esa mirada masculina y colonial, que aniquiló la civilización azteca. La invención de las mujeres serpiente inspiró los más devastadores mitos públicos de Medusa y Eva, teorizando y dando forma (serpiente y mirada homicida) a la alteridad desde la antigüedad hasta el siglo XVI y más allá. El análisis reflexiona sobre los usos pragmáticos del imaginario de alteridad femenina y su repercusión en mesoamericanas culturas, a través del ejemplo de la diosa azteca Coatlicue. Palabras claves: imaginario colonial, educación pública, mujeres serpiente, emociones negativas.
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4

Andrade, Lourdes. "Mujeres de barro y sangre." Nuevas Poligrafías. Revista de Teoría Literaria y Literatura Comparada, no. 4 (November 10, 2003): 159–66. http://dx.doi.org/10.22201/ffyl.poligrafias.2003.4.1634.

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Abstract:
En su ensayo “El arte de México, materia y sentido,” Octavio Paz refiere las peripecias de Coatlicue, diosa azteca de la tierra y de la muerte violenta, al toparse con ella la mirada europea. El horror y la fascinación se alternan cuando dicha mirada se encuentra con la pétrea efigie de la deidad prehispánica: los tontos se atemorizan, la entierran, sin lograr con ello anular su poder; los sabios la admiran, la escrutan, sin conseguir desentrañar su misterio…El ojo surrealista que, a decir de André Breton, “existe en estado salvaje,” parece más apto para encarar al ídolo precolombino. Se enfrenta al monstruo sagrado y se estremece ante su esencia “convulsiva”, la de su naturaleza ambigua —femenina y voraz, fértil y bestial—, la de su otredad cultural y geográfica que lo seduce y atemoriza tanto como el cuerpo de la mujer. Dicen que antaño, ritualmente, los hombres copulaban con la tierra, hundían en ella su carne tensa, la irrigaban con su esperma provocando, por analogía, la mágica fertilidad.
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5

Muñoz Reyes, Melisa, Citlalli Reynoso Ramos, and Mariano Castellanos Arenas. "Las mujeres del Museo Nacional de Antropología: una narrativa ausente en la Sala Mexica." Complutum 32, no. 2 (October 29, 2021): 591–600. http://dx.doi.org/10.5209/cmpl.78584.

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Abstract:
El Museo Nacional de Antropología (MNA), fundado en 1964, funge como un espacio de legitimación de la cultura nacional mexicana, un espacio de ideologización, creado por el Estado, que se reproduce por medio del discurso museográfico. La narrativa mostrada en el museo, específicamente en la sala mexica, es parcial y estereotipada, jerarquizando lo masculino sobre lo femenino. Este artículo tiene el objetivo de discutir la ausencia de las mujeres en la sala mexica del MNA como un síntoma de la ideología del Estado construida a través de un discurso patriarcal. La teoría de la decolonialidad funge como el eje central para la argumentación, la cual tiene como punto de partida criticar el binomio modernidad-colonialidad. El fin de mostrar que el recorrido y la sala mexica forman parte de un pensamiento de tipo evolucionista lineal, dentro del cual se deja de lado la figura de la mujer azteca.
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6

Cuevas Guajardo, Leticia, and Dulce María Guillén Cadena. "Breve historia de la Enfermería en México." Revista CuidArte 1, no. 1 (February 23, 2012): 71. http://dx.doi.org/10.22201/fesi.23958979e.2012.1.1.69068.

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Abstract:
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: normal; margin: 0cm 0cm 0pt; mso-layout-grid-align: none;"><span style="mso-bidi-font-size: 12.0pt; mso-bidi-font-family: Calibri; mso-bidi-theme-font: minor-latin; mso-bidi-font-style: italic;"><span style="font-size: small;"><span style="font-family: Calibri;">Los aztecas viv&iacute;an en el M&eacute;xico precortesiano, eran polite&iacute;stas, ellos sosten&iacute;an la visi&oacute;n de que los acontecimientos astron&oacute;micos pod&iacute;an afectar las funciones corporales, y a la inversa, el comportamiento humano pod&iacute;a afectar el equilibrio y la estabilidad del universo.&nbsp;</span></span></span></p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: normal; margin: 0cm 0cm 0pt; mso-layout-grid-align: none;"><span style="mso-bidi-font-size: 12.0pt; mso-bidi-font-family: Calibri; mso-bidi-theme-font: minor-latin; mso-bidi-font-style: italic;"><span style="font-size: small;"></span></span><span style="font-family: Calibri; font-size: small;">La religi&oacute;n azteca combinaba la religi&oacute;n del Estado con el shamanismo. La enfermedad era el resultado de un mal vivir.</span></p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: normal; margin: 0cm 0cm 0pt; mso-layout-grid-align: none;"><em style="font-family: Calibri; font-size: small;">Ticitl</em><span style="font-family: Calibri; font-size: small;"> era el hombre o la mujer que se dedicaba a la atenci&oacute;n de los enfermos (enfermera). </span><em style="font-family: Calibri; font-size: small;">Tlamatqui-ticitl</em><span style="font-family: Calibri; font-size: small;"> era la partera. La enfermera administraba brebajes, pon&iacute;a lavados intestinales, curaba dando fricciones, colocaba f&eacute;rulas, vigilaba los </span><em style="font-family: Calibri; font-size: small;">temaxcalli</em><span style="font-family: Calibri; font-size: small;"> (ba&ntilde;os de vapor para que sudando se alejaran los malos humores).</span></p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: normal; margin: 0cm 0cm 0pt; mso-layout-grid-align: none;"><span style="mso-bidi-font-size: 12.0pt; mso-bidi-font-family: Calibri; mso-bidi-theme-font: minor-latin; mso-bidi-font-style: italic;"><span style="font-size: small;"><span style="font-family: Calibri;">En el momento en el que se da el encuentro de dos mundos vemos que se inicia en M&eacute;xico una nueva etapa hist&oacute;rica, y con esto una nueva manera de practicar la enfermer&iacute;a que ha llegado en nuestros d&iacute;as hasta su profesionalizaci&oacute;n.</span></span></span></p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: normal; margin: 0cm 0cm 0pt; mso-layout-grid-align: none;">&nbsp;</p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: normal; margin: 0cm 0cm 0pt; mso-layout-grid-align: none;"><span style="mso-bidi-font-size: 12.0pt; mso-bidi-font-family: Calibri; mso-bidi-theme-font: minor-latin; mso-bidi-font-style: italic;"><span style="font-size: small;"></span></span></p><p class="MsoNormal"><span lang="EN-US">SUMMARY</span></p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 0.0001pt;"><span lang="EN-US">The aztecs lived during the pre-columbian period, they used to practice the polytheism and their religion combined beliefs of the state with the shamanism. The aztecs believed that the astronomical events could affect bodily functions, and viceversa, the human behavior could affect the balance and stability of the universe. The illness was considerated as a consequence of a bad behavior. <em>Ticitl </em>was the person&nbsp;</span>(woman or man) who used to take care of sick people.&nbsp;<em>Tlamatqui-ticitl</em> was a midwife. The nurse gave&nbsp;brews, cleansed the patient&rsquo;s intestines, gave a rub to&nbsp;heal, put splints and checked the temaxcalli (steam&nbsp;baths) because they thought the sweat would help to&nbsp;avoid bad mood. The encounter of two worlds shows a&nbsp;new era in Mexico, as well as in Nursing field, because&nbsp;nowadays it&rsquo;s considerated as a profession.</p><p>&nbsp;</p>
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7

Güitrón Fuentevilla, Julián. "EL MATRIMONIO ÉPOCA PRECOLONIAL AL CÓDIGO CIVIL DE MÉXICO, DISTRITO FEDERAL, DEL AÑO 2000." Revista de la Facultad de Derecho de México 53, no. 240 (August 11, 2017): 199. http://dx.doi.org/10.22201/fder.24488933e.2003.240.61446.

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Abstract:
<p>sta investigación sobre el matrimonio y sus efectos en el nuevo Código Civil para México, Distrito Federal del 1 de junio del año , 2000, está dividida en cinco Capítulos. En el Primero, se hace un análisis del Derecho Precolonial, comprendido de la época de la funda­ ción de la Gran Tenochtitlan,. aproximadamente 1325 al 1521, que for­ malmente es cuando los españoles conquistan a los grandes imperios mesoamericanos. En este Primer Capítulo, nos referimos a algunas dis­ posiciones del Derecho Familiar Maya, Chichimeca, Mixteca, Azteca y Otomí, respecto a la institución del matrimonio. </p><p>En el Capítulo Segundo, se ubica el Derecho Colonial y que a nuestro juicio comprende los trescientos años de dominación española, de 1521 a 1821, analizamos la figura del matrimonio, de acuerdo al Derecho Fa­ miliar de esa época, que incluía normas vigentes en España, así como la regulación de la celebración canónica del matrimonio. Estudiamos las disposiciones exigidas para casarse, especialmente entre españoles y mujeres indígenas, así como otras cuestiones interesantes que encon­ tramos en las obras consultadas. Es evidente el interés que despierta la Legislación de Indias en los aspectos de Derecho Familiar, en cuanto a la regulación del matrimonio entre indígenas, que se habían convertido al catolicismo. Destacando el problema de la convalidación dentro del Derecho canónico, entre aquellos que siendo indios, se habían casado antes de su conversión, siendo aun infieles. </p>
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Evans, Susan T. ": The Role of Gender in Precolumbian Art and Architecture . Virginia E. Miller. ; La Mujer Azteca . Maria J. Rodriguez Valdes." American Anthropologist 92, no. 1 (March 1990): 216–17. http://dx.doi.org/10.1525/aa.1990.92.1.02a00230.

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9

Neruda, Pablo. "Nuestra América es vasta e intricada." Encrucijada Americana 1, no. 1 (November 27, 2019): 10. http://dx.doi.org/10.53689/ea.v1i1.142.

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Abstract:
«Macchu Picchu se reveló ante mí como el perdurar de la razón por encima del delirio, y la ausencia de sus habitantes, de sus creadores, el misterio de su origen y de silenciosa tenacidad, desencadenaron para mí la lección del orden, que el hombre puede establecer a través de los siglos con su voluntad solidaria...» Entre los invasores de Méjico -oscuros aldeanos, braceros del campo, forzados, aventureros y fugitivos- había un joven soldado llamado Bernal Díaz del Castillo, el cual escribió sus memorias en edad ya bastante avanzada, cincuenta años más tarde, siendo consejero municipal en la América central. He visto, he tenido en mis manos y he leído el enorme manuscrito, asegurado con una cadena a una mesa, al alcance de todos, en el municipio de Guatemala. Es curioso ver encadenado ese gran libro, escrito con una caligrafía clara y esmerada, quizá por alguno de aquellos copistas que abundaban en España, dictado posiblemente por el viejo soldado, desde su sillón o desde el fondo de la cama, pero, desde luego, desde el fondo, de la increíble verdad. Bernal, a pesar de su edad, tenía una memoria que podía facilitarnos los nombres de los caballos y de las yeguas y de cada uno de los hombres, que siguieron a Hernán Cortés. Cuando, en mi adolescencia provinciana, leí las empresas y hazañas de los hombres y de los dioses de la Odisea, o cuando, más tarde, penetré en los laberintos oníricos y eróticos de las Mil y una Noches, pensé que a nadie le correspondería ni podría corresponderle la extraña aventura de una incursión en tales reinos prodigiosos. Me equivoqué. Porque a aquel soldado desconocido le cupo esta aventura: la de darse de manos a boca con una estrella ignorada, llegar de repente a un planeta apenas descubierto, poblado de dioses vivientes, de música infernal, con vestidos de oro. A ese hombre le correspondió dejar las huellas de su paso. Aunque discutible, lo cierto es que aquel esplendor fue aniquilado por la sangre y las sombras. Hombres y vestiduras, templos y construcciones, dioses y reyes, todo fue devorado, destruido y sepultado. La Conquista fue un gran incendio. Los conquistadores de todos los tiempos y todas las latitudes reciben un mundo vasto y resonante, dejan un planeta cubierto de cenizas. Siempre ha sido así. Nosotros los americanos, descendientes de aquellas vidas y de aquella destrucción, hemos tenido que excavar, para buscar debajo de las cenizas imperiales las gemas deslumbradoras y los colosales fragmentos de los dioses perdidos. O también hemos tenido que mirar a las alturas: a veces una torre de los antiguos tiempos, venciendo el miserable paso de los siglos, eleva su orgullo sobre el continente. Porque yo distingo el arte subterráneo y el arte de los espacios abiertos de los antiguos americanos. Y ésta es mi propia manera de conocerlos y comprenderlos. Cuando, en años ya lejanos, vivía exiliado en la Ciudad de Méjico, vinieron dos extraños visitantes con la pretensión de venderme su mercancía: traían un voluminoso paquete, envuelto en pringoso papel de periódico, que desatamos y abrimos allí, en mi mesa de despacho. Había centenares de figurillas de oro, acaso chimúes, chibchas o chiriquíes: un tesoro que palpitaba sobre mi pobre mesa con el fulgor amarillo del pasado. Eran pendientes, anillos, pectorales, insignias, figuras de pececillos, de extrañas aves, eran estrellas abstractas, círculos, líneas, discos, mariposas. Por aquella maravilla me pidieron doce mil dólares, cantidad que yo no poseía. Este tesoro lo habían encontrado trabajando en una carretera, entre Costa Rica y Panamá. Y se apresuraron a sacarlo del país para venderlo en cualquier lugar. Abandonaron mi casa con su tesoro bajo el brazo, envuelto en periódicos viejos, y ya no he sabido a donde fueron a parar aquellos peces, aquellas mariposas, aquellos destellos de oro. Otra vez, caminando por el Mayab, me detuve al borde del bosque para contemplar a placer un cenote ceremonial: uno de aquellos pozos, cuyo fondo de aguas sombrías formaba parte del misterio maya. Se cuenta que la ceremonia ritual exigía que fuesen arrojadas allí, en sacrificio mortal, las vírgenes destinadas a los dioses, cubiertas de oro y turquesas, collares, brazaletes, ricos vestidos. Un astuto comerciante del naciente imperio norteamericano tuvo la idea, en el siglo pasado, de comprar aquellas tierras aparentemente abandonadas. Y se dedicó a la pesca. Allí, en los profundos y extraños manantiales, los sagrados cenotes le proporcionaron toneladas de joyas divinas. Nuestra América es vasta e intrincada. Y a lo largo de su línea espiral, a lo largo de sus desmesurados ríos, debajo de los montes y en los desiertos, e incluso en las calles de las ciudades recientemente excavadas y puestas al descubierto, aparecen todos los días estos testimonios de oro. Son estatuillas antropomorfas, aztecas, olmecas, quimbayas, incas, chancayas, mochicas, nazcas, chimúes. Son millones de vasijas de cerámica y de madera, enigmáticas figuras de turquesas, de oro, trabajadas, tejidas: son millones de obras maestras rituales, figurativas, abstractas. Son escuelas y disciplinas, estilos excelsos, que representan la crueldad, la adoración, la humillación, la tristeza, la locura, la verdad, la alegría. Todo un mundo que palpitaba con las grandes fiestas desaparecidas en torno a los enigmas de la vida y de la muerte, con los acontecimientos que alimentarán la poesía y la teogonía, en homenaje a la resurrección y consagración de la primavera, con su infinita sabiduría sexual, con el goce de la tierra en todas sus tentaciones y sus frutos, o ante el misterio del silencio absoluto y de las posibles resurrecciones. Nuestros museos de Méjico, de Colombia y de Lima, están repletos de estas figuras, que jamás fueron degradadas ni aniquiladas bajo tierra. Precipitadamente fueron arrebatadas, sepultadas a lo largo de un camino cualquiera, fueron excomulgadas en todos los púlpitos coloniales, y al igual que sus creadores fueron perseguidas por centuriones y matarifes. Mas, debajo de la tierra y del agua, tras siglos de oscuridad, continúan apareciendo, continúan dando su imperecedero testimonio de múltiple grandeza. En mi Canto general he explicado cómo el conquistador Pizarro encadenó al Inca en una habitación, en un palacio de su reino. Allí le anunció que lo mataría. Sería ajusticiado dentro de pocas semanas. Lo degollaría como un cordero sacrificial, como esclavo destinado al martirio, en el patio mayor de su propio palacio, ante todos sus príncipes, sus capitanes y sus sacerdotes, sus mujeres, sus hijos y sus músicos. A menos que -le dijo el conquistador- sus súbditos le trajesen, de todas sus remotas y apartadas posesiones, todo el oro del Perú. Pero, ¿cuánto, cuánto? le preguntó el Inca volviendo sus inocentes ojos a los de su carcelero. Pizarro le respondió: "Levanta la mano lo más alto que puedas y traza una línea azul como tu sangre alrededor de la estancia, y ordena que tus vasallos la llenen de oro hasta esa línea azul que tu mano habrá trazado". Durante minutos, horas, semanas, largas como siglos, los mensajeros y los sacerdotes y los príncipes y los músicos y los guerreros humillados y los ciudadanos atónitos y los jueces de los sepulcros y las mujeres desesperadas trotaron y corrieron, volaron como abejas, pasaron y regresaron con ánforas de oro, con estatuillas y vasos, con brazaletes y platos ceremoniales, con anillos y varas, utensilios, altares, collares, tronos y esculturas de oro. Hasta que el rescate recogido con aquella agonía superó la línea trazada por la mano del Inca. Entonces Pizarro, aconsejado por sus escribanos, acompañantes, obispos y capitanes, mandó degollar al Inca en el patio principal de su palacio, delante de sus dignatarios y de sus príncipes. Pero muchos de los correos, mensajeros cargados de oro, que creyeron en la palabra del matarife, recibieron la terrible noticia sobre las aguas de un lago, mientras dormían guardando cada uno su saco de oro. Y entonces, aterrorizados por la noticia de la Gran Muerte, maldijeron y lloraron, y escondieron y sepultaron para siempre los tesoros, que no llegaron a tiempo para superar la línea azul trazada por la mano del Emperador ajusticiado. Pero la América excelsa, su edificio al aire libre se manifestó en la orgullosa y solitaria ciudadela de Machu Picchu. Fue un encuentro decisivo en mi vida. Tuvo lugar hacia el año 1943: la gran guerra de los europeos no daba aún señales de acabar. Goya había profetizado: "El sueño de la razón engendra monstruos". Mientras la razón dormía en el mundo, los monstruos practicaban la suprema carnicería. Desde la época de los sufrimientos de la América precolombina, cuando, según el padre Las Casas, los perros de los invasores se alimentaban a menudo con la carne de los prisioneros vivos, mujeres, niños y hombres, la razón jamás conoció un sueño tan funesto. La degradación, el martirio, el aniquilamiento en proporciones gigantescas, se ponían metódicamente en práctica. De la antigua Europa clásica llegaba el fragor de los bombardeos y desde mis lejanos países seguíamos un hilo de sangre, que, a través de la noche y del mar, nos conducía hasta el antiguo escenario de la cultura, ahora en esclavitud y agonía. Regresé de Méjico cargado con aquel dolor, sin perder del todo mi indestructible fe en la persistencia de la bondad humana, pero desorientado e indolente ante aquella evolución de nuestra época tenebrosa. Entonces subimos por senderos ásperos y a lomo de mulo hasta la ciudad perdida y añorada: Machu Picchu, la misteriosa. Aquella altísima ciudad se había avergonzado de su propia época, se había reducido al silencio y se había escondido en su propio bosque. ¿Qué les sucedió a sus constructores? ¿Qué había sido de sus habitantes? ¿Qué nos dejaron, excepto la dignidad de la piedra, para darnos noticias de su vida, de sus propósitos, de su desaparición? Nos respondió un silencio sonoro. Yo ya conocía el silencio de otras ruinas monumentales, mas siempre fue un silencio humillado, de mármoles definitivamente vencidos. Allí, en las alturas del Perú, la imponente arquitectura se había conservado secretamente en el profundo silencio de las cumbres andinas. Todo era cielo en torno de los sagrados vestigios. El bosque verde se interrumpía con las rápidas y pequeñas nubes, que pasaban desflorando y besando aquella espléndida obra de lo eterno que hay en el hombre. En el punto más alto de la ciudad se levantaba el Reloj o Intihuatana, especie de calendario formado por inmensas piedras, con una meridiana destinada quizá a señalar las horas en aquellas excelsas alturas. Estos relojes astronómicos fueron tenazmente perseguidos por los conquistadores, ansiosos, como siempre, de destruir el núcleo cultural. La ciudad de Machu Picchu los derrotó: se escondió entre peñas abruptas, multiplicó sus mantos de verde, y los intrusos destructores pasaron por su vera sin sospechar jamás su existencia. Machu Picchu se reveló ante mí como el perdurar de la razón por encima del delirio, y la ausencia de sus habitantes, de sus creadores, el misterio de su origen y de silenciosa tenacidad desencadenaron para mí la lección del orden, que el hombre puede establecer a través de los siglos con su voluntad solidaria: el edificio colectivo capaz de desafiar el desorden de la naturaleza y de la humana desventura. Recordé entonces las construcciones mejicanas de Teotihuacán, los edificios de Monte Albán, de Chichén Itzá, el cuadrilátero de Uxmal, los templos de Palenque, las pirámides religiosas con sus prodigiosas moles, con su simetría radial, que en todo el territorio mejicano se alzaron hacia la sangre y la luz. Comprendí que por encima de las estructuras perdidas en el martirio y en la sombra, por encima de la creación formal de figuras, joyas y objetos subterráneos, más allá de la inmensidad vencida y derrotada de aquella América, que hoy está renaciendo de sus propias tinieblas, los antiguos maestros americanos habían erigido un alma aérea, invulnerable, capaz de desafiar con su ser el dominio y las olas embravecidas de la agresión y del olvido. Estos descubrimientos me revelaron muchos caminos, y entre ellos el recordar mi destino con aquella verdad tan duradera, con aquellas creaciones colectivas, en las que todos los componentes, esperanza y dolor, delicadeza y poderío, se habían unido muchas veces en un organismo central, que dirigía todas las posibilidades de acción y daba origen a un nuevo silencio sonoro, lleno de inteligencia y de música. A esta riqueza es preciso añadir los monumentos de la poesía sepultada: las odas aztecas y tlascaltecas en honor de los dioses y de los príncipes, odas festivas y rituales. La antigua poesía del extremo sur de los peruanos y de los aymará andinos, poesía de dulcísima melancolía, como susurro de agua a través de la hojarasca, a través del tiempo que abatió las razas. El Popol-Vuh es un milagro, un Génesis encantador que explica y nos refiere los inicios de la vida del hombre, de las costumbres y de los ritos, con la seguridad de un auténtico testimonio de cuanto sucede. Es difícil separar en sus páginas la esencia del sueño y la de la idolatría, los sucesos reales y las profecías. Es un monumento fundamental del hombre, en toda su ruta. De las religiones y de la irreligión: es un breve himno al crecimiento y al desarrollo de la vida sobre la tierra. (Y sabemos que un monseñor, arzobispo de Yucatán, mandó quemar la gran biblioteca, que encerraba millares de manuscritos mayas, acumulados durante siglos). Alguien se preguntará ¿qué relación existe entre las antiguas culturas americanas y las modernas? Reconozco que la condición de colonia le impuso a nuestra América no solamente una obstinada dominación, sino una fractura incalculable. La matriz fue violentada y extinguida: los vínculos se hicieron secretos, se debilitaron bajo el terror, se dispersaron en remotas aldeas y finalmente se extinguieron. Sólo en algún mercadillo o feria reaparecieron los vasos, los juguetes, y unos pobres tejidos. En cuanto a la escultura, la arquitectura, la poesía, la narración, el baile, todo esto se lo tragó la tierra, se aletargó con la colonia, para dormir un sueño que aún perdura. Algunos ecos de la prodigiosa tradición aparecieron en la escuela pictórica mejicana: en Orozco, Siqueiros, Rivera y Tamayo. Pero, a pesar de la fuerza de estos creadores, se advierte en ellos la reflexión que reproduce, el expresionismo intelectual, en el lugar de la frescura primitiva de las antiguas fuentes selladas. Lam y Matta han buscado al mismo tiempo, en cierto modo, la continuidad perdida; pero sus obras mayores, aunque apelan al terror y al enigma, no llegan a engendrar en nosotros el pánico ni a plantearnos cuestiones como las antiguas y profundas obras de la América precolombina. Algunos europeos como Henry Moore y algunos escultores como Peñalba y Colvin, americanos de nacimiento, han tratado también ellos de revitalizar nuestra tremenda herencia. Pero ha sido Niemeyer, el maestro y arquitecto brasileño, quien mayormente se ha acercado en su grandiosa Brasilia, rosa colectiva y perdurable, a la espaciosa arquitectura aérea de las antiguas Américas. Por lo que a la poesía concierne, los poetas americanos, salvo laudables excepciones, se han alejado con horror de nuestra densidad cósmica y se han propuesto seguir el ejemplo, no de Jorge Manrique, Soto de Rojas, o Quevedo, sino a Monsieur Péret o Monsieur Artaud. La novela americana, con García Márquez y otros valientes protagonistas de hoy, ha dado un gran salto, continuando la comunicación interrumpida. El primer anuncio de una insurrección o de una resurrección: de una posible grandeza. No sé por qué mis palabras asumen siempre la forma de un viaje, aunque sea hacia el pasado o el silencio. Me doy cuenta de que no hemos hecho otra cosa sino recorrer, acaso sólo por el exterior, superficialmente, una gran cultura, múltiple y apasionante. No he querido otra cosa sino caminar y caminar por los remotos caminos que el hombre americano recorrió durante siglos poblándolos con extraordinarias creaciones, con mitos olvidados y batallas perdidas. Mas ni los incansables estudiosos ni los titánicos investigadores podrán darnos ni el catálogo ni las llaves del inmenso tesoro. Sus interpretaciones quedarán siempre a media distancia de la verdad, hasta que aparezcan otras verdades más cercanas en el tiempo. Ni las fotografías minuciosas de cada objeto, tomadas de frente o por helicópteros excepcionales, ni la cinematografía con sus poderosas demostraciones, podrán revelarnos aquel milagro encendido ni la inaccesible herencia que nos dejó. Pero yo, criatura de aquellas latitudes, no me atrevo a catalogar ni a denominar ni a aseverar. Continuaré en los días o años de mi vida, alimentando la admiración, el terror y la ternura para con las innumerables obras prodigiosas que marcaron mi existencia. Y continuaré sintiéndome mínimo, inexistente ante la grandeza de aquel esplendor. ¡Ojalá pueda un día la tierra americana ser digna del múltiple monumento que nos transmitieron los pueblos desaparecidos! ♦ Condé sur Iton (Francia), enero 1972
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Gravier, Marina Garone. "Lenguas y tipografía indígenas." Revista da Universidade Federal de Minas Gerais 27, no. 1 (February 19, 2021): 204–19. http://dx.doi.org/10.35699/2316-770x.2020.29192.

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Abstract:
Si el establecimiento de la imprenta en la América Española se dio menos de 50 años después del descubrimiento del nuevo continente por parte de los europeos, y apenas 18 años más tarde de la caída de la capital del imperio azteca, fue principalmente por el uso político y cultural que se haría del “arte negro”. El obispo Juan de Zumárraga había pedido a las autoridades peninsulares desde 1535 que enviaran a México una prensa y papel suficiente para publicar los textos necesarios para evangelización y doctrina a los grandes grupos indígenas que residían en las tierras conquistadas y más tarde formarían uno de los virreinatos más grandes de la corona española: Nueva España. Esa solicitud se hizo realidad pocos años más tarde, cuando el impresor sevillano de origen alemán, Juan Cromberger, estableció un contrato con el italiano Juan Pablos para que se trasladara a México con su mujer y algunos operarios e iniciar así un taller tipográfico allende el mar. Con un poco de material de imprenta y el compromiso de dar a luz cuanto le fuera solicitado por las autoridades en aquellas lejanas geografías, Pablos publicó durante varios años bajo el pie de imprenta de su empleador hasta lograr la independencia que le permitiría registrar su propio nombre en las obras salidas del taller. Sin embargo, quizá ni ese primer impresor ni los siguientes cuatro que llegarían a México durante el siglo XVI tenían clara la función trascendental que llevarían a cabo. Más allá de las usuales publicaciones de corte legal y/o literario que eran usuales que sacaran de sus prensas las oficinas antiguas, hubo un género editorial que sobresalió entre todos, y distinguió para siempre la empresa editorial en el Nuevo Mundo: la edición de obras en lenguas nativas.
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Dissertations / Theses on the topic "Mujeres aztecas"

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VALDES, LARA MARISOL. "ANÁLISIS DEL DISCURSO EN FACEBOOK EN TORNO A MUJERES CONDUCTORAS DE PROGRAMAS DEPORTIVOS EN MÉXICO." Tesis de Licenciatura, UNIVERSIDAD AUTONOMA DEL ESTADO DE MÉXICO, 2019. http://hdl.handle.net/20.500.11799/105351.

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Abstract:
Ahora bien, la presente investigación busca dar respuesta al planteamiento: ¿Cuál es el discurso que se maneja en Facebook por parte de la audiencia en torno a mujeres conductoras de los programas deportivos de Fox Sports, Tv Azteca y Televisa en México? con el fin de conocer cuál es el trato que reciben las conductoras y/o periodistas de los principales canales deportivos para determinar si sufren o no violencia de género por parte de los usuarios que las siguen en la red social.
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Karlsson, Caroline. "Indígena poderosa o mujer subordinada? : Análisis de la protagonista de "Malinche" de Laura Esquivel." Thesis, Linnéuniversitetet, Institutionen för språk och litteratur, SOL, 2012. http://urn.kb.se/resolve?urn=urn:nbn:se:lnu:diva-18570.

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Books on the topic "Mujeres aztecas"

1

ill, Serrano Pablo, ed. La princesa que ayudó a conquistar un imperio: Historia de la Malinche. México, D.F: CIDCLI, S.C., 2011.

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2

Villava, Helena Alberú de. Malintzin y el señor Malinche. México, D.F: Edamex, 1995.

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3

Ostos, Juan Miralles. La Malinche: Raíz de México. México, D.F: Tusquets, 2004.

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4

Margo, Glantz, ed. La Malinche, sus padres y sus hijos. México, D.F: Taurus, 2001.

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5

La mujer azteca. 2nd ed. Toluca, Estado de México, México: Universidad Autónoma del Estado de México, 1991.

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6

Rodríguez-Shadow, María. La mujer azteca. 3rd ed. [Toluca, Mexico?]: Universidad Autónoma del Estado de México, 1997.

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7

Rodríguez-Shadow, María. La mujer azteca: Educacion. Toluca, Estado de México: Universidad Autónoma del Estado de México, 1988.

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8

The conquest: A novel. New York: Rayo, 2002.

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9

Murray, Yxta Maya. La conquista: Una novela. New York: Rayo, 2003.

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10

Bernardo G. de Tuñón Aza. Mujeres de la Nueva España en la época de Cortés. [S.l: s.n.], 1990.

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